viernes, 17 de septiembre de 2010

Apropósito de Toxinas, Rene Guarin


“Sí, yo fui guerrillero del M-19 durante cuatro años. Después de la desaparición de mi hermana Cristina del Pilar Guarín en el Palacio de Justicia, viendo el dolor de mis padres y el rechazo de las autoridades a su desesperada búsqueda, me sentí afrentado por el Estado y contacté a un enlace del M-19 en la Universidad Nacional, donde yo estudiaba Ingeniería de Sistemas. A principios de abril de 1986, a los 22 años de edad, acepté ser auxiliar de las fuerzas especiales de este grupo guerrillero”.
Con estas palabras, René Guarín Cortés, defensor y vocero de los familiares de los desaparecidos en el holocausto del Palacio de Justicia, admitió las informaciones radiales que dieron cuenta de su pasado en la organización insurgente. Pero precisó que esa condición no lo inhabilita para seguir buscando a su hermana, ni justifica las amenazas contra su vida, ni convierte a las once personas cuyo rastro se perdió en noviembre de 1985 en más o menos desaparecidas.
En diálogo con El Espectador, Guarín admitió que después de cumplir sus primeras tareas guardando armas y documentos en su casa del barrio La Esmeralda, a espaldas de sus padres José y Elsa, que seguían inútilmente empecinados en tocar puertas oficiales para dar con el paradero de su hija, participó en su primera operación insurgente. Un asalto bancario al que siguió el robo de un vehículo. Según él, fueron dos años apoyando a las Fuerzas Especiales.

No obstante, el viernes 27 de mayo de 1988 cayó preso. “Ese día, un grupo de las fuerzas especiales secuestró al publicista Jorge Valencia Ángel y cerca de Cafam de La Floresta fue cambiado de vehículo. Yo manejaba ese campero Suzuki y cuando avanzábamos cerca del municipio de Facatativá apareció un retén de la Policía. Intenté reversar y en la maniobra nos fuimos a una zanja. Entonces se armó la balacera. Un compañero murió, el secuestrado fue liberado y yo capturado con una guerrillera”.

A pesar de que se le aplicó el Estatuto para la Defensa de la Democracia, sólo estuvo preso hasta el 29 de diciembre de 1988 y quedó libre por vencimiento de términos. De inmediato, según él, asumió que no tenía otra opción que coger hacia el monte. En febrero de 1989 se enroló a un frente en el sur de Santander y en esa zona permaneció hasta diciembre de ese año, cuando el M-19 fue indultado y se trasladó a Santodomingo (Cauca) para la desmovilización.

“La lista de desmovilizados era alfabética y yo quedé incluido después de Carlos Ramón González y Vera Grabe. Viví en una Casa de Paz en Bucaramanga y volví en 1992 a Bogotá, a la casa de mis padres, que nunca me reprocharon y sólo me pusieron una condición: graduarme de ingeniero. Lo hice en 1993, dos meses después de que mi padre fue notificado por el Tribunal de Cundinamarca de que el Estado había sido condenado por la desaparición de mi hermana”.

Un año después el Consejo de Estado confirmó la decisión. “Para mi padre no fue una victoria, fue apenas un aliciente para seguir en su búsqueda. Yo seguí en la mía. Me casé, llegaron mis dos hijos, estudié un posgrado, gané por concurso un cargo en Bancoldex y después del 19 de febrero de 2001, en que murió mi padre, recogí su tradición de acudir a la misa de cada 6 de noviembre y marchar pidiendo justicia en la Plaza de Bolívar. Algo me decía que debía hacer un esfuerzo más”.

En 2005, algo extraño sucedió. “Los medios de comunicación revivieron el tema, la sociedad se sensibilizó y la Fiscalía reabrió el caso de los desaparecidos. En agosto de 2006, cuando fue vinculado al caso el coronel (r) Edilberto Sánchez Rubiano, comprendí que mi momento había llegado. Como lo hizo mi padre durante 16 años, decidí que debía reclamar justicia. Y es lo que hago. Fui guerrillero, no lo niego. Pero me desmovilicé en un proceso de paz y he cumplido”.

El pasado jueves, después de hablar con W Radio y aceptar que los informes de la periodista Claudia Morales sobre su pasado son ciertos, René Guarín reunió a sus dos hijos de 14 y 12 años para contarles su historia. Empezó recordándoles que en 1985 su abuelo era un disciplinado tipógrafo y que su hermana menor y educadora, Cristina, llevaba 36 días trabajando en el Palacio de Justicia cuando inició la tragedia. Y después les contó lo que hoy el país conoce y él asume: “Fui guerrillero, pero eso no me impide seguir buscando a mi hermana”.

El espectador.

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